La conmemoración de un acontecimiento como el que nos ocupa, los doscientos años de la fundación Marista merece, al menos por mi parte, padre de cuatro alumnos que estudiaron en el colegio Marista de Guadalajara, de unas palabras de agradecimiento por la labor educativa que tanto los hermanos como los profesores llevaron a cabo con mis hijos preparándoles en esa doble vertiente marista, como hombres y como cristianos.
La comunidad marista si por algo se ha caracterizado a lo largo de estos doscientos años, desde que San Marcelino Champagnat la pusiera en marcha, allá por 1817, es por dar lo mejor de sí misma en aquellos lugares en los que ha estado presente llegando, incluso, a ofrecer su propia vida por aquellos hermanos entre los que desarrollaban su vida pastoral. Y un ejemplo de ello es el trabajo realizado en el colegio Marista de Guadalajara, desde que en 1961 abriera sus puertas a la sociedad alcarreña.