Desde hace unos días se encuentra en obras la ermita de San Roque, situada en el parque del mismo nombre. Aprovechando esta circunstancia y recordando que hace unos años, con motivo del libro que escribí sobre la iglesia de Santa María de la Fuente , hice una breve descripción de esta, quiero hacer partícipes de aquel texto a todos aquellos que quieran conocer un poco sobre esta ermita.
Texto del libro sobre Santa María de la Fuente
La ermita de San Roque desde antiguo ha estado vinculada con Santa María, contando con edificio propio, al menos que sepamos, desde el siglo XVI, en la ubicación que hoy en día conocemos, al final del paseo que lleva su nombre; esta primitiva ermita fue ampliamente reformada y ampliada en el siglo XVIII. Aunque sea de forma breve, merece la pena hacer un pequeño análisis sobre esta reforma, que ha llegado tal como se hizo entonces hasta nosotros, con pequeños retoques posteriores. Sabemos que a principios de siglo, la ermita de San Roque, se encontraba prácticamente arruinada; esta situación fue corregida gracias a la herencia que dejó a su favor don Antonio de Yebes y Paredes, quien murió en la isla de Santo Domingo, en torno a 1732. En su testamento dejaba como heredera de 1.183 pesos, a la ermita de San Roque, con el fin de que se destinasen a su reedificación, una vez que se hubiese derribado la anterior ermita (que presentaba muy malas condiciones) y construyéndola con una capacidad mayor.
El encargado de poner en marcha el proyecto fue el cura de San Esteban, el doctor don Diego de Macha y Becerra, ya que el cura de Santa María, don Pedro Pérez, no podía. La antigua ermita, según el maestro de obras de la ciudad y de la fábrica de paños, José Barranco, a quien se le encargó la ejecución de la obra, era un edificio de ladrillo y tapial, cuyas paredes se encontraban, por entonces, muy deterioradas y desplomadas, estando a punto de caerse, presentando mucha humedad (en algo más de un metro); así mismo la armadura de madera endeble estaba muy mal.
Sus medidas iban desde los 22 metros de largo, a los 7,5 metros de ancho, por 4,8 metros de alto. Dado el mal estado de la ermita aconsejaba hacer una nueva, necesitando para el reparo 6.220 rs. Aconsejaba que se levantase una ermita hecha a simetría, con una anchura de 7,80 metros, de largo 13,2 metros y de alto, con su bóveda, 7,80 metros. A ellos se añadirían los 3 metros del soportal, con sus tres columnas y una sacristía de 4,5 metros de ancho y 7,8 m de largo y 3,6 m de alto. Los materiales que se debían utilizar para esta construcción serían el ladrillo, para edificar los pilares, y la piedra para los vanos; se abrirían cuatro ventanas con sus “rexas carceleras” y en la cabecera de la capilla se pondría un nicho para colocar el santo; asimismo, en la sacristía se abriría otra ventana con su reja, para que diese luz. El suelo se embaldosará, levantándola lo suficiente, con el fin de salvar las humedades. Se pondrá una bóveda, adornada con yeso negro y blanco. La nueva ermita costaría, finalmente, un total de 12.118 rs.
La ejecución de la planta y condiciones de la obra las presentó Mateo José Barranco, el 4 de junio de 1734, ante el cura de San Esteban, Diego de Mata y Becerra. En ella se especificaron las características de los cimientos, forjados, paramentos, etc., así como las diferentes mezclas del yeso; del mismo modo se especificaban las condiciones de la madera que se habría de poner.
La ermita llevaría una espadaña, se colocaría en el muro oeste, es decir, sobre la entrada de ésta; llevaría un hueco de unos 60 centímetros y sobre ella se colocaría un remate, consistente en cruz, bola, veleta. Alrededor de todo el recinto de las paredes se pondrá un sardinel y “dos filetes”, que le sirvan de alero. Finalmente, se retejarán las armaduras, soportal, sacristía y buhardillas con buena teja.
La bóveda se haría “tabicada y doblada de medio punto, guarneciéndola de faxas, cinchos, arcos, entrecalles, y cornisa, capiteles”. Se pondrá el nicho del santo y se hará una mesa de madera, haciendo su peana o grada como mejor convenga. Se pondrán puertas, que se pintarán de verde por fuera y blanco por dentro.
Al concurso de obra y tras los pertinentes pregones, se presentaron varios de los mejores maestros de obras del momento de la ciudad; entre ellos destacamos a Gregorio de Salas, “el Menor”, Pedro de Cuerda, Mateo Pascual y Diego Tabernero. Finalmente, el mejor postor fue Diego Tabernero, quien se comprometió a dar terminada la obra el 24 de junio de 1735, por un precio de 8.800 rs.
Bibliografía:
MEJÍA ASENSIO, Ángel. Santa María de la Fuente. Memoria de una presencia viva en Guadalajara, 2010, pp. 164-166.